jueves, 28 de agosto de 2008

UN GRAN MAESTRO



Foto sacada del blog de Ikusuki en Tokyo.

Hace ya unos años tuve la suerte de conocer al maestro Hirokazu Kanazawa, y hoy he visto en el blog de un español en Tokio. Cuanto disfruta de sus clases y me ha dado para muchos temas…

Lo primero que me viene en mente es la gran suerte de aprender directamente de un gran maestro. En este caso Oskar Diaz Toscazo que para más es de Bilbao, practica kárate en el Dojo de Kancho Kanazawa y como Oskar dice, la más de las veces las clases las recibe del hijo de Kanazawa. Oskar está empezando como aquel que dice pero ya ha competido y todo en Japón.

Aquí dejo su magistral carta, me ha conmovido pues yo he sentido cosas similares…con algún que otro maestro.

27 Ago 2008 El blog de Ikusuki en Tokyo

http://blogs.elcorreodigital.com/ikusuki-en-tokyo/2008/8/27/los-ojos-kanazawa#c53151647

Los ojos de Kanazawa

Un anciano amable, simpático, entrañable, pienso que sería fácil quererle con un mínimo de trato.

Corresponde a nuestros saludos siempre con una sonrisa en los labios y nunca se cansará de dedicar, al menos, un "konnichi wa" a cada uno de los que estamos allí.

Cuando da la clase, todo es solemnidad. Es inconcebible que alguien ría, bostece, o mire para otro lado que no sea al centro del tatami donde aquel anciano vestido de blanco descansa sentado sobre sus rodillas. Últimamente lleva traje y cinturón nuevos. Pienso en cuántos habrá usado a lo largo de toda su vida, cuántos viejos cinturones desgastados... lo que daría por tener uno de ellos.

Con voz firme nos ordena levantarnos, y nos hace una reverencia. Y todos nos aseguramos de doblarla en grados y en segundos, creo que yo lo hice desde el primer día sin que nadie me lo tuviese que explicar, no podía ser de otra manera.

Se sabe nuestros nombres, se asegura de sabérselos y si tiene que agacharse para corregirte una postura, lo hará con gesto lento, y te agarrará la pierna y te hará doblar más la rodilla, y te explicará la razón mientras está agachado a tu lado mirando hacia arriba. Y la siguiente vez, si lo haces bien, te dirá que aprendes rápido, aunque no sea tan verdad como uno quiere creer.

Fuera de las clases suele llevar traje, como un jubilado que quiere dar lo mejor de si mismo. Aunque en el campamento de verano, llevaba bermudas, un niki y unas chanclas.

Todo son atenciones hacia él, inconscientemente le llevan té, comida... yo mismo le llevé el equipaje porque así me lo ordenaron, aunque lo hubiese hecho encantado de todas maneras. Y se suele retirar pronto, aunque no duda en sentarse entre nosotros y compartir una cerveza y anécdotas y sonrisas que valen por mil.

La otra noche estábamos todos sentados en el suelo, un poco borrachos por el sake de 25.000 yenes que nos había traido, y alguien mencionó mis combates de la competición. Él no los vió, pero se interesó por ellos y me dio la enhorabuena. Me dijo que tenía mucho valor para él tener extranjeros en su escuela, porque no sabemos japonés y aún así no nos importa pasarlo mal con tal de aprender. Que le honraba que yo estuviese allí, y me hizo una reverencia.

Y yo lloré.

Y todos se rieron, y alguna chica dijo "kawaii". De repente, todos, unas quince personas, se callaron. Quizás no fue mucho tiempo, pero fue un silencio solemne que pareció durar horas. Todos miraban al suelo, y sólo se podía escuchar el sonido entrecortado de la respiración que yo trataba de recuperar.

Entonces la velada siguió, y entre vaso y vaso de aquel sake, él nos regaló la historia de cuando entrenaba con Bruce Lee, o de cuando el Karate estaba prohibido en la URSS y tenía que enseñar en sotanos de escuelas para que no le detuviera la policía. Su hijo asentía sonriendo con ese gesto de complicidad de haberlo oído tantas veces, los que entendían japonés le escuchaban fascinados y yo... yo me dejé hipnotizar por el sonido amable de su voz.

Me emocionaré siempre al recordarlo.
Al día siguiente nos sentamos para comer después de la clase, y a mi me tocó estar casi a su lado. No paró de sonreir en toda la comida, pero yo miraba a sus ojos. Los ojos de un anciano de 77 años que ha dedicado toda su vida al Karate, que hace decenas de años ya que fundó su propia escuela y que todos los años viaja por el mundo para contar por qué hay que doblar más las rodillas a todo aquel que quiera saberlo, que no son pocos.

Pero sobretodo, los ojos de una gran persona que siendo quién es, se empeña en no ser más que cualquiera.