miércoles, 23 de abril de 2014

LA ESTAMPA JAPONESA Y SU INFLUENCIA EN LA PINTURA CONTEMPORÁNEA


El contacto con la cultura japonesa, a mediados del siglo XIX (relaciones comerciales entre Japón y Occidente, viajes de numerosos críticos e historiadores por tierras japonesas, La Exposición Universal de París de 1878) puso de moda en Europa las estampas japonesas de los maestros del ukiyo-e (la palabra ukiyo significaba «mundo flotante» en japonés, y el sufijo «e» equivale a «pintura».
 
Estos grabados comenzaron a popularizarse en Japón durante el s.XIX. Representaban escenas cotidianas tratadas informalmente.
 
MANET: ZOLA En el cuadro se advierte la presencia de una estampa japonesa en la pared del fondo así como un biombo japonés.
VAN GOGH: EL TÍO TANGUY Alrededor de la figura se situan estampas japonesas.

Los cerezos en flor.































Colores planos, y luminosos, pero a la vez cargados de una frágil belleza, con sus líneas sinuosas, entre lo realista y lo cómico, pero ante todo guiado por un nuevo sentimiento de la verdad, en este podemos encontrar desde la representación de las hojas movidas por una suave brisa de viento, hasta el movimiento de las olas del mar.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
HOKUSAI: LA CASCADA Y GRAN OLA






 

 


Pintura sobre seda: Una obra maestra de Paquita Martín Abad.

 
MONET: EL JARDÍN JAPONÉS

Este arte japonés ahondaba en algunos de los elementos que sugería la influencia de la fotografía, ya que los maestros del ukiyo-e se deleitaban plasmando en sus trabajos los sutiles cambio atmosféricos y luminosos que detectaban por efecto del viento o de la lluvia, o los fugaces momentos de cambios de postura o gestos en los personajes.


Desde el punto de vista plástico, en estas estampas se utilizaban principalmente grandes masas planas de color, con una casi completa ausencia de sombras, una despreocupación por la perspectiva, encuadres asimétricos de las escenas y una gran capacidad de síntesis por parte de los artistas para plasmar los temas.


















 
VAN GOGH: El puente de L'Anglois