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sábado, 28 de mayo de 2011
No me gustaba competir
Confesiones de Antonio Oliva, primer campeón nacional de kárate que tuvo España y el entrenador que convirtió al equipo ibérico en monarca del mundo en 1980. Desde entonces, ha viajado a más de 60 países repartiendo saberes. Así llegó a Cuba.
Julieta García Ríos
27 de Mayo del 2011 22:42:25 CDT
Contactarlo no fue difícil. Solo tuve que averiguar el teléfono del sitio donde se alojaba. Eran más de las 6:00 p.m. cuando le comuniqué mi interés de entrevistarlo y él aceptó: «Ahora no tengo nada que hacer, la lluvia no me ha dejado salir», dijo. Dos horas más tarde, estaba en camino a nuestro encuentro.
En el trayecto repasaba detalles de la vida del español Antonio Oliva Seba, quien en 1970 —con solo 22 años y 63 kilos de peso— se convirtió en el primer campeón nacional de kárate de España. Entonces se peleaba sin categoría de peso, ni edad.
El título lo mantuvo hasta 1974. Ese año fue medallista de plata en el Campeonato Europeo, celebrado en Londres, Inglaterra.
Al regresar a Madrid, en su mejor momento deportivo, se despidió de la vida de atleta. «No me gustaba competir. Lo hacía porque mis profesores me inscribían en los eventos. Según ellos, eso era bueno para mi formación», confiesa.
Entonces comenzó una exitosa carrera como sensei (maestro); abrió su propio dojo (escuela), mientras preparaba a la selección nacional española.
En 1980 sus conocimientos y entrega llevaron al equipo español a lo más alto del podio mundial, con un saldo de diez medallas: cuatro de oro, una de plata y cinco de bronce. A partir de esa fecha, federaciones de kárate de diversas partes del planeta buscan la asesoría del hoy octavo Dan en la disciplina.
Transcurridos más de 40 años desde su primer éxito deportivo, Juventud Rebelde conversó en La Habana con este prestigioso entrenador internacional, quien vino aquí enviado por la Federación Mundial de Kárate para impartir un curso técnico de kumite (combate).
Comenta que para un trotamundos como él —ha viajado a más de 60 países— Cuba no podía pasar inadvertida. «Ustedes son una autoridad en materia deportiva. Sus atletas son altamente respetados. Fui amigo del ya desaparecido maestro Ramiro Chirino, antiguo presidente de la Federación Cubana de Kárate, a quien le manifesté mi deseo de venir; pero como no tengo solvencia económica, ni ustedes tampoco, he tenido que esperar casi 30 años para viajar».
Antonio incursionó en el kárate cuando en España se practicaba de forma clandestina. «En aquella época (1966) la dictadura de Franco era muy celosa con todo lo que fuese innovador. Si decías que entrenabas kárate, ibas a prisión.
«Empecé haciendo aikido porque fue lo que encontré. Para entrar al gimnasio me hicieron una entrevista en tono muy cruel. Lo curioso es que quienes enseñaban eran policías estrechamente vinculados al Gobierno. Afortunadamente, en 1968 la práctica del kárate se regularizó como un departamento anexo a la Federación Española de Judo», explica.
—¿Cómo hizo para ganar el primer campeonato de kárate y luego mantener el título?
—Pienso que gané porque entrenaba más. Cuando todos practicaban dos o tres veces a la semana, yo lo hacía varias veces al día.
—¿Qué caracterizó el kárate de los inicios?
—Al principio éramos todos muy estáticos, muy torpes, podías identificar la escuela del alumno por la forma que adoptaba en el combate. Era un festival de posturas y estilos. Competíamos todos contra todos porque no existían categorías de peso ni edad.
—¿Qué recuerdos le trae el Campeonato Europeo de 1974?
—Esas son palabras mayores. Países como Francia, Inglaterra y Alemania empezaron el deporte antes que nosotros. Por tanto, eran más técnicos y físicamente más altos y corpulentos.
«Ese año abren tres pesos: -65 kg, -75 kg y +75 kg. Participé en la división de -75 kg y quedé subcampeón. La competencia se celebró en el Cristal Palace de Londres. Recuerdo que cuando salía a combatir, la gente me recibía con algarabía porque tiraba patadas con saltos y los demás no lo hacían».
—En la actualidad no se pelea así…
—No, eso requiere mucha práctica y un entrenamiento más tradicional y clásico.
—¿Por qué se retira en su mejor momento deportivo?
—No soy un atleta común. Ya te dije que no me gustaba competir. Era tímido y reservado y perdí toda mi intimidad al ser campeón nacional. De repente, mi vida cambió, salía en la televisión, en los periódicos, en la radio.
«Me convertí en un líder que toda España quería ver pelear. Viví con esa rivalidad hasta el año 1974, cuando abrí mi propio dojo. Al mismo tiempo, la Federación Española de Kárate me pidió que fuera el director técnico y seleccionador nacional».
—¿Cómo convirtió al equipo de España en campeón?
—Creé mi propio sistema de enseñanza, partiendo de mis conocimientos de aikido, y del estudio del sistema francés y japonés de combate. Pillé lo que era bueno de cada uno y generé el entrenamiento personalizado.
«Al atleta le hago un test donde indago su estilo de combate, sus movimientos, sus respuestas frente a situaciones límites. Para verificar los datos me entrevisto con sus preparadores, compañeros de equipo y oponentes. Luego, le pongo un plan de entrenamiento en dependencia de sus necesidades. Así que cuando unos peleaban con técnica y poderío físico, nosotros lo hicimos con astucia».
—¿No siente que «traiciona» a los españoles al ser coach internacional?
—No. Trabajé para la Federación Española de Kárate por diez años. Primero fui competidor y luego entrenador. En ese tiempo recibí muy poco a cambio. Muchas palmaditas, elogios y así no podía seguir viviendo. Me había casado en 1977, ya habían nacido dos de mis cinco hijos y la familia requería de mi atención.
—¿Qué le falta al kárate para que sea considerado deporte olímpico?
—Que las políticas sean más justas. El kárate reúne todos los requisitos de los deportes olímpicos y supera con creces a muchos que ya lo son. No lo han incluido como deporte olímpico porque no genera dinero.
—¿Cómo evolucionó el kárate desde los años 70 a nuestros días?
—Su práctica empieza como un arte marcial. Tenía un sistema muy rudimentario que se llamó Shobu ippón (combate a un punto). El primero que marcara, ganaba.
«Podías marcar dos wazaris (cada uno tenía un valor de medio punto) o un ippón (un punto). Se competía sin tener en cuenta el peso del atleta. Los combates eran muy estáticos y el tiempo máximo de duración era tres minutos. Luego, entre los años 80 y 90, hubo una evolución.
«Entonces se admitió a la mujer y aparecieron las categorías de peso y edad. De 1990 al año 2000 hubo un intento de cambio para que se marcaran más puntos. Poco a poco, el kárate fue perdiendo marcialidad y ganó en deportividad».
—¿Quiere decir que se volvió más espectacular?
—Eso es lo que se busca, no quiere decir que se consiga. Los combates se han hecho aburridos porque el árbitro es el protagonista. Las reglas se han complicado tanto que se ve más su maniobra.
—¿Se refiere a las amonestaciones?
—A las amonestaciones, a las solicitudes de las banderas… quien está afuera no sabe si es por salida del yogai (área de combate de 8 x 8 metros de dimensión), por penalización o por puntos. Esto dificulta la comprensión del combate, hay demasiada interrupción de los árbitros.
«Yo dejaría solo al árbitro central. Por otra parte, me molesta que el gyaku tsuki (golpe de puño recto) parece ser la única técnica que se ajusta a los criterios de puntos. Pienso que las cosas tienen que cambiar».
—¿Qué sugiere?
—Un kárate más dinámico donde no haya parada. Propongo que los puntos se marquen sin interrumpir el combate. También considero que se debe hacer un ranking. No puede ser que campeones del mundo o continentales se enfrenten con atletas que nunca han peleado a ese nivel.
—¿Qué impresión se lleva del kárate en Cuba?
—El nivel es bueno. Tienen un ambiente extraordinario, ganas de aprender y un interés muy grande. No escatiman esfuerzos.
«Aquí entrenan mañana, tarde y noche, y si le pides que sigan, lo hacen. Su mayor problema es que se enfrentan casi siempre entre ellos mismos y en la mayoría de los casos se conocen. De tal manera, la evolución de la táctica es complicada y difícil. El nivel de los entrenadores es bueno y el arbitraje es aceptable, digno.